Con tardanza acabo de leer una columna del exsodálite Martín Scheuch en el portal Altavoz. Y nada. Como muchas de las cosas que escribe Martín, esta nota no tiene desperdicio. Trata sobre el mito del carisma y el supuesto legado de Luis Fernando Figari, fundador del Sodalitium Christianae Vitae, y superior de dicha sociedad de vida apostólica durante cuarenta de sus cuarenta y cinco años de existencia. “Habiendo pasado ya dos años desde que estalló el escándalo del Sodalicio con la publicación de Mitad monjes, mitad soldados, de Pedro Salinas y Paola Ugaz, las aguas parecen haber vuelto a su cauce. O eso es lo que nos quieren hacer creer los actuales miembros del Sodalicio. Como si todo el problema hubiera sido solamente Figari, el cual está ahora a buen recaudo en Roma gozando de una jubilación dorada, pero lejos de la comunidad sodálite. Sin embargo, la verdad es que el Sodalicio no ha tomado distancia de su legado”, dice desde el saque el autor del blog Las líneas torcidas. Y es tal cual, si me apuran. Porque si uno ve un poquito hacia atrás todo lo que ha pasado, los hechos nos llevan a la inevitable conclusión de que, o en el Sodalitium solamente decidieron aceptar una partecita de la verdad, y no toooda la verdad, o los resortes de alerta no soportaron la menor crisis. Aunque también puede ocurrir que se haya gatillado un fenómeno de ceguera colectiva. Y el efecto contagio, ya saben, lo iniciaron Moroni y su cúpula negacionista. Les doy un poquito más de relleno para que se entienda mejor. Del 18 al 22 de septiembre de este año, más de 130 sodálites participaron en un taller dictado por el sacerdote italiano Gianfranco Ghirlanda. Jesuita, para más señas. Y profesor de Derecho Canónico de la Universidad Gregoriana, de Roma. El tema de fondo abordado: el carisma fundacional. ¿Y qué dijo el jesuita? En resumen, más o menos lo siguiente: que el fundador es el trámite de la acción del Espíritu (Santo). Que el carisma no es de propiedad del fundador. Que el carisma pasa del fundador a los miembros de su creación, quienes están llamados a participar de este carisma. Que el fundador es un instrumento que sirve para irradiar el carisma a los miembros de su fundación para que este viva en ellos. Y en ese plan. También advirtió, como quien suelta al aire un consejo, que siempre queda la posibilidad de refundar. Y que “refundar es fundar de nuevo en los fundamentos del inicio de la institución”. Volver al principio, es decir. Y en el caso del Sodalicio, advertirán los avispados, sería como regresar a sus tiempos más fascistas y retorcidos. E incluso subrayó que el carisma puede ser transmitido por un fundador que no ha vivido dicho carisma. Ya sea porque ha pecado o por las razones que fuese. “Pero eso no quiere decir que el carisma no estaba”. Como verán, la cosa del “carisma” es de suma importancia para el Sodalicio, pues si Figari no fue la antena del Espíritu Santo en la que creyeron desde su gestación, entonces ¿cuál es el sentido de su existencia? Sin el susodicho “carisma fundacional” no tendrían razón de ser. Por ello, la necesidad de difundir esta nueva verdad por todos los medios internos que el Sodalicio tiene a su alcance. Para darle un pretexto a su presencia en el mundo. Pero claro. Como dice Martín, “esto no es otra cosa que la justificación de la continuidad de una institución que nació torcida desde un principio (…). ¿No era acaso Figari un abusador sexual, un sádico y un manipulador de conciencias desde el momento en que fundó el Sodalicio? (…) ¿Qué carisma podría haber tenido un hombre que creó una institución que funcionó como una secta desde sus principios, secuestrando las mentes de menores de edad para luego abusar sexualmente de algunos?”. “¿Qué carisma pueden haber recibido los miembros actuales, que relativizaron la verdad y maltrataron a muchas víctimas desconociendo la veracidad de sus testimonios, además de haber impedido que se conozca todo el alcance de los abusos? (…) ¿Qué carisma puede ser aquel que ha dañado la imagen de la Iglesia católica y ha hecho que muchas personas pierdan su fe religiosa?”. Por último, remata Scheuch: “Hasta el Espíritu Santo debe estar arrastrándose de risa ante tanta estupidez humana”.